jueves, 18 de abril de 2013

¡Qué imaginación tienen mis niños!

Todo iba de mal en peor. Desde que Marcos encontró la primera moneda, se habían sucedido un montón de acontecimientos inexplicables, sucesos que se escapaban de toda lógica.
Mientras esos extraños niños los conducían a no se sabe dónde, Ana pensaba en su hijito, y estaba muy preocupada. Su corazón iba a mil por hora. Anduvieron unos minutos y salieron del bosque. Desde la colina en la que se encontraban, se divisaban unos interminables campos de trigo que hacían olas como si de un mar amarillo, movido al compás del viento cálido y apacible, se tratara. Al fondo, en un alto, se erigía un majestuoso castillo, como los de de los cuentos, con 10 torres coronadas con grandes estandartes.
Profesora y alumno se miraron incrédulos. Conforme se acercaban, las dimensiones del castillo iban siendo más grandes. Anduvieron largo rato y por fin, llegaron al castillo. Traspasaron unas sólidas murallas y se adentraron en lo que parecía una aldea medieval.  Marcos y Ana no perdían detalle de todo lo que veían. Llegaron a unas enormes puertas custodiadas por guardias armados. Entraron en una gran sala en la que esperaron unos minutos. Los niños que los habían conducido hasta allí a punta de espada, se fueron. Marcos y Ana se quedaron con los guardias. En la pared del fondo de la sala había un gran tapiz con un escudo bordado. Este escudo aparecía en todos los estandartes y banderas que habían visto. De pronto Marcos se dio cuenta de que era el escudo que se había proyectado en la pizarra de clase. El niño miro a Ana y le hizo una señal para que se fijara en el escudo. Ana afirmó con la cabeza intentando decir a Marcos que ya se había dado cuenta.
De pronto irrumpió en la gran sala un caballero alto y fornido, seguido de una mujer elegante y bien vestida, una niña de unos 10 años y un montón de gente que los acompañaban.

Los guardias hicieron una reverencia y dieron unos pasos atrás. El hombre se presentó y dijo que era el Rey  Morlando, dueño y señor de esas tierras. El rey quería saber porqué Marcos y Ana habían irrumpido en sus tierras, de dónde venían y cuáles eran sus propósitos. Todos callaban esperando una respuesta, pero ni Marcos ni Ana sabían qué decir. No era fácil explicar que habían atravesado una pared como por arte de magia, que venían del siglo XXI, que estaban cansados, asustados y que no entendían nada. Su majestad, hombre de poca paciencia, al no obtener respuesta, mando encarcelar a los forasteros hasta que quisieran dar las explicaciones oportunas.
Asi es como Marcos y Ana dieron con sus huesos en las mazmorras del castillo.

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