miércoles, 8 de mayo de 2013

FIN Y ¡GRACIAS!

Hemos llegado al final del camino.... por ahora.
Con esta entrada doy por terminada esta gran historia que empezó tímidamente con la idea de ser un proyecto corto, con la idea de motivar a mis alumnos a crear, a interesarse por la lectura y escribir.
Ha sido un éxito. Habéis participado mucho y bien. Me habéis dado más ideas de las que he podido recoger. Vuestra creatividad e imaginación me han desbordado.
MUCHAS GRACIAS UNA VEZ MÁS.
¡SOIS GENIALES!
Ahora nos queda terminar los dibujos, poner título e imprimir el relato.


El blog seguirá con otras historias y otros proyectos. Siempre que un niño tenga ganas de leer y de escribir, el blog de castellano estará a su disposición.

Os dejo con Ana y Marcos para ver cómo acaba la historia.


Lo primero que hizo Marcos cuando fue consciente de que habían vuelto a su vida normal fue intentar abrir la puerta de la clase. Todo estaba intacto, ni rastro de polvo, la pizarra en su sitio, total normalidad.
Ana se fijó en el reloj de la clase y vio que eran las cinco y diez de la tarde. Aún podían oírse los niños que salían del colegio. Al parecer el tiempo no había pasado. Las monedas les habían devuelto justo antes de que se quedaran encerrados.
Marcos pensó  en su madre. Tenía muchas ganas de verla y abrazarse a ella. Se asomó a la ventana para ver si podía ver su coche aparcado, y de pronto lo vio ¡Allí estaba! Presidiendo el patio trasero del colegio, ¡El Árbol Sagrado! Siempre había estado allí, frente a sus narices, pero siempre había pasado desapercibido.
Marcos llamó a Ana para que se asomase también a la ventana y verificara lo que él pensaba.
¡Desde luego que era el Árbol Sagrado! No estaba sobre una colina, no estaba rodeado de bosque, quizás tampoco era tan frondoso y verde, pero sin duda, era el mismo árbol donde hacía escasos minutos habían dejado a la princesa Altea, y se había obrado el milagro de las monedas.
Ana y Marcos bajaron las escaleras de dos en dos. Salieron por la puerta de la cocina que daba directamente al patio trasero donde se encontraba este árbol centenario. Los dos corrían hacia el árbol sin saber qué buscaban.
Los arquitectos que habían construido el colegio idearon este espacio para que el árbol pudiera sobrevivir. Lo habían respetado por su gran majestuosidad.
Este patio no era un lugar muy frecuentado por los alumnos, pero sí era conocido por todos.
Cuando llegaron junto al árbol se fijaron en una profunda hendidura que atravesaba el tronco. Una señora que estaba recogiendo el comedor les dijo que el árbol se había quemado durante el incendio que meses atrás se había producido en la cocina del colegio.  Al parecer el fuego se provocó de una forma espontánea junto al árbol y se sofocó con rapidez sin perjudicar a nada ni a nadie, salvo al tronco del árbol. Aún no se habían determinado las causas del incidente.
Ana tocó el árbol con la esperanza de que su tacto le revelara algún secreto o le diera alguna pista, Marcos se abrazó a él, pero nada ocurrió, salvo que la encargada del comedor les mirara como si estuvieran locos.

Ana y Marcos volvieron a casa esa tarde siendo diferentes personas. La experiencia les había cambiado para siempre. Les había hecho ser mejores. Para sus familias había sido un día normal, pero para ellos había supuesto la gran aventura de sus vidas.
Las semanas siguientes dedicaron todo su tiempo libre a buscar información sobre el rey Morlando y su reino. Consultaron con expertos en la edad media, con historiadores y numismáticos. Buscaron en mapas y libros antiguos, pero no encontraron nada. ¡Nadie había oído hablar de ese rey, ningún experto había visto antes las monedas que describían Ana y Marcos. El escudo no estaba registrado en ningún libro de heráldica. ¡Ni rastro!
Marcos se sinceró con su madre y su hermano y les contó todo lo que había sucedido. Al principio fueron escépticos, pero al final creyeron todo lo que Ana y Marcos contaban por increíble que les pareciera.
Profesora y alumno de vez en cuando se sentaban debajo del árbol para leer o conversar. Era lo único que les unía a la princesa Altea y a las monedas. La única prueba que les demostraba que no había sido un sueño.
Poco a poco volvieron a su vida normal. Nunca olvidarían lo que les había ocurrido. Ambos deseaban con todas sus fuerzas que las monedas hubieran devuelto la paz y la prosperidad a todos los habitantes del reino.
Algunas noches Marcos soñaba con Altea. Los dos corrían por la colina junto al Árbol Sagrado.

Un día del mes de abril, Ana anunció a la clase que una alumna nueva iba  a llegar a su curso y les pedía que fueran cordiales con ella.
Cuando la puerta se abrió y Marcos vio a la niña nueva, se le cayeron las gafas del susto. ¡Era Altea! ¡La princesa Altea! Allí, en su clase. ¡Altea! tan guapa como él la recordaba.
La niña entró en la clase y se presentó. Dijo que se llamaba Altea y Ana la invitó a que se sentara junto a Marcos.
Ana guiñó un ojo a Marcos y la niña ocupó el sitio que estaba libre junto a él.
Pero esto ya es otra historia.


FIN

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