Marcos y Ana volvían a estar
encerrados, pero ahora sin las monedas y sin ninguna esperanza de volver a
casa. Estaban decepcionados porque habían confiado en la princesa Altea y ella
les había traicionado. Pero Marcos se resistía a pensar que todo había acabado.
No creía que su única misión hubiera sido llevar las monedas al reino y nada
más.
En el castillo estaban
celebrando la recuperación de las monedas. Estaba previsto colocarlas en el
escudo al día siguiente para que nunca más se pudieran separar.
LOS ESPERADOS, como los
llamaba ahora todo el mundo, no tenían claro su futuro, hasta que la sirvienta,
que era el doble de Clara, fue a visitarlos.
Les explicó que llevaban siglos esperándolos, que había muchas personas
que no creían en la profecía que las monedas habían anunciado, pero que ella y
sus seguidores sabían que llegarían alguna vez.
Las monedas decían que LOS
ESPERADOS vendrían en son de paz y que ningún mal harían a su pueblo.
Entonces Marcos preguntó si la
profecía decía algo sobre el destino de LOS ESPERADOS y la mujer les dijo que
la inscripción de las monedas sólo decía que con el fuego lo encontrarían y con
el fuego se irían.
Inmediatamente Marcos recordó
que el día que se incendió la cocina del colegio fue cuando encontró la primera moneda y
cuando empezó la aventura.
Hacia media noche Ana y Marcos
tuvieron otra visita. Era la princesa Altea que venía a ver a sus amigos y a
pedirles perdón por lo que les había hecho. Altea había tenido que seguir las
instrucciones de su padre y por eso les había engañado. Ella estaba muy triste,
pero les iba a ayudar a salir de allí antes de que las monedas quedaran
incrustadas en el escudo para siempre.
Marcos y Ana se pusieron muy
contentos cuando vieron a la princesa y escucharon sus palabras. Los dos habían
sufrido una gran decepción cuando la niña los traicionó. Ahora sabían que la
princesa Altea era una buena amiga.
Antes del amanecer unos
cuantos hombres entraron en las mazmorras y abrieron la puerta de la celda de
Marcos y Ana. Les dieron unas capas oscuras y salieron por un pasadizo
subterráneo que conectaba el castillo con el árbol sagrado.
Cuando llegaron a la colina
estaban exhaustos. De pie, junto al árbol sagrado, estaban Altea y su sirvienta
esperándolos. Ana y Marcos se alegraron mucho de verla. La princesa les dijo
que no tenían mucho tiempo, que había robado las monedas del castillo y que debían partir
antes de que amaneciera.
Altea sacó las monedas de un
saco de terciopelo granate y dorado. Ana y Marcos pusieron las manos sobre las
manos de la princesa y un rayo de fuego partió al árbol por la mitad. Pronto el
fuego se extendió y les rodeó. Los tres se miraron y sin decir una palabra
comprendieron que era el adiós. Una potente fuerza los arrastró hacia el interior del árbol partido y antes de darse cuenta, Ana y Marcos estaban de
vuelta en el colegio.
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